lunes, 1 de noviembre de 2010

De basura y otras cosas


Hace unas cuantas semanas llegó a mis manos un libro que me atrapó desde la primera página.  Se trata de “Homer y Langley” escrito por E.L. Doctorow.         He de confesar que la historia me llamó la atención al leer la contraportada y cual fue mi asombro al enterarme días después que Homer y Langley existieron y que el autor nos lleva a conocer la vida de los  hermanos introduciéndonos poco a poco en su mundo, en ese mundo que los llevó a encerrarse un día dentro su casa para siempre.  En una entrevista para el diario español El País, el célebre autor  comenta que leyó en los diarios de Nueva York sobre este incidente cuando él era apenas un joven adulto y ya siendo escritor siempre tuvo el deseo de escribir una novela basada en este episodio que a menudo rondaba su mente.   Doctorow manipula así la realidad, cambia el orden en que nacieron los hermanos, alarga sus vidas pero respeta la esencia de cada uno.  


Aquí la secuencia de los hechos:


El 21 de marzo de 1947 policía y bomberos entraron en la casa ubicada en el número 2078 de la 5a. Avenida – esquina con la calle 128 en Manhattan, Nueva York.  Trataron de hacerlo por la puerta principal pero no pudieron. Tampoco por las ventanas pues toneladas de objetos y periódicos lo impedían. Al final, penetraron por un agujero que había en el techo. Los vecinos llevaban varios días sin ver a Langley, el único de los hermanos que salía a la calle. La policía no tardó en encontrar a Homer, el hermano ciego y paralítico, muerto de inanición, entre trampas, objetos y toneladas de periódicos.
Al cabo de dieciocho días encontraron a Langley. En realidad, estaba muy cerca de su hermano. El forense concluyó que iba rumbo a llevarle comida a su hermano cuando una pila de objetos le cayó encima sepultándolo y matándolo; el cuerpo ya estaba irreconocible.
Dejemos la noticia que apareció a ocho columnas en los diarios neoyorquinos y vayamos atrás.
Los hermanos Collyer eran hijos de un reconocido ginecólogo y una cantante de opera.  La familia presumía descender de los Livingston, un apellido renombrado y establecido en la isla de Manhattan allá por el siglo 18.  Los jóvenes Collyer estudiaron en la Universidad de Columbia, uno de ellos la carrera de ingeniería mientras que al otro le brotó el talento para el piano.  Ambos hermanos se caracterizaban por ser un par de excéntricos, el concertista con una larga y ondulada cabellera –algo muy extraño en esa época- y el otro desarrollando inventos innecesarios, como una aspiradora para el interior de los pianos y un generador eléctrico que adaptó dentro de un automóvil Ford Modelo T.
 En 1909 la familia se mudó a una residencia en Harlem donde las familias adineradas habían comenzado a comprar grandes propiedades.  El padre de Homer y Langley, el Dr. Collyer era también considerado un hombre excéntrico pues se decía que para ir a su consultorio en vez de utilizar un automóvil o bien el transporte público, prefería hacerlo dentro de un kayak a lo largo del East River. De regreso a casa cargaba el kayak sobre su cabeza.  E.L. Doctorow narra en el libro que sus padres mueren debido a la epidemia de gripe aviar después de visitar España- (la epidemia fue real, el incidente no). El caso real es que los señores Collyer por alguna razón se mudan dejando a los dos hermanos, ya hombres hechos y derechos viviendo en la residencia de Harlem en Manhattan. 
Poco tiempo después a la muerte de los padres, quedan herederos de las cuentas de banco, de la casa y de todo lo que hay en su interior.  Al poco tiempo, aquella zona de moda para los ricos en Harlem deja de serlo pero los hermanos deciden no mudarse.  El bien raíz comienza a depreciarse y la personalidad de la zona también se deteriora.
Así es como comienzan los rumores, de que existen objetos de valor en la casa y sufren varios intentos de robo.  Su temor va en ascenso y deciden crearse su propia fortaleza además de que Langley aprovecha sus conocimientos de ingeniería y su creatividad para concebir una serie de trampas en caso de ser sorprendidos de nueva cuenta. 
Su situación económica jamás fue mala pues heredaron una gran fortuna lo que les permitió darse el lujo de no trabajar pero deciden no pagar más los servicios que proporciona la ciudad quedándose así sin teléfono, sin calefacción, sin luz eléctrica y sin agua corriente. En 1942 los medios van tras la noticia al enterarse que Langley se rehúsa a pagar el faltante de la hipoteca.  El diario New York Herald Tribune logra una entrevista y Langley confiesa que diariamente compra los 9 periódicos que se publican en la ciudad y no se deshace de ellos pues confía en que pronto Homer su hermano recobrará la vista y así se podrá poner al día de los sucesos mundiales.
 Sí. Aún no lo había yo mencionado, pero el caso es que Homer comenzó a perder la vista poco a poco pues padecía de hemorragias en la parte posterior del globo ocular además de reumatismo.  Su hermano creía haber encontrado el remedio para curarlo de la ceguera haciéndole comer cien naranjas por semana además de pan negro y mantequilla de cacahuate. La presión y el acoso constante del Ayuntamiento continúa por lo que un día Langley decide pagar lo que resta de la hipoteca y hace un cheque por $6,700 dólares (aproximadamente 100 mil dólares actuales). Se dice que entrega el cheque por una rendija de la puerta y se vuelve a encerrar a piedra y lodo. Por un rato, la vida de los Collyer queda en el olvido. 
Los años siguen pasando, y debido al corte de los servicios, en invierno  calentaban el gran caserón de cuatro pisos de la Quinta Avenida con un pequeño calentador de keroseno. Los vecinos veían a  Langley caminar cuatro cuadras cada noche  para traer un par de cubetas de agua.  Muchos aseguran que lo vieron ir a pie hasta Brooklyn para comprar simplemente un poco de pan.   Homer era ya un discapacitado, reumático y ciego, y estaba a expensas de los cuidados que su hermano le pudiera brindar.  En sus largas caminatas Langley traía a la casa una serie de objetos que almacenaba en todas las habitaciones.
Durante su vida acumularon toneladas de periódicos y objetos de lo más variado: diez pianos de cola, coches, maquinas de rayos X, centenares de miles de publicaciones, varios tocadiscos, decenas de miles de libros, miles y miles de discos.
El 21 de Marzo de 1947, la estación de policía de la calle 122 recibió una llamada anónima afirmando la existencia de un cadáver dentro de la casa.  La policía llegó al domicilio pero se enfrentó a una serie de complicaciones para entrar a la propiedad.

 Lograron derribar la puerta pero se encontraron con una muralla hecha de periódicos y apuntalada con pequeñas piezas de metal intercaladas entre cientos de capas de papel lo que hacía de este muro un obstáculo infranqueable.  Pasaron horas tratando de lograr atravesarlo sin suerte alguna.  Todos los ventanales estaban enrejados y ya entrada la noche alguien descubrió la posibilidad de pasar a través de un agujero en el techo de la azotea.  El orificio solo permitía la entrada de un individuo mismo que tardó casi dos horas gateando y arrastrándose entre cajas de cartón amarradas con cuerdas, carriolas infantiles, sombrillas atadas, botellas de vino, catres y sillas hasta llegar a donde se encontraba el cuerpo de Homer, sentado en una silla con la cabeza apoyada en las rodillas y el cabello gris y largo más allá de los hombros. Traía puesta una bata de baño raída.  El forense determinó que la muerte de Homer no tendría más de 9 horas por lo que el olor fétido no provenía de este cuerpo. Inmediatamente se descartó que el móvil hubiera sido asesinato.  Homer había muerto por la combinación de varios factores: desnutrición, deshidratación y ataque cardiaco. 
Ya para esta hora el misterio había atraído a más de mil personas, pero aún no había ninguna señal del paradero de Langley.
En el afán de resolver el caso, la policía se dio a la tarea de revisar toda la casa, removiendo toneladas de basura. Los rumores comenzaron: que alguien había visto a Langley a bordo de un autobús rumbo a Atlantic City; que el hermano había huido  hacia Nueva Jersey; hubo reportes de haberlo visto en nueve estados de la Unión Americana, todos ellos falsos.  La policía continuó vaciando la casa sacando toneladas de objetos y basura. 
Dieciocho días después, un trabajador encontró el cuerpo de Langley a escasos 4 metros de donde había muerto su hermano, su cuerpo devorado y descompuesto.  Se concluyó que Langley venía arrastrándose a traerle comida a su hermano cuando se enrolló en una de sus propias trampas y varios objetos pesados le cayeron encima sepultándolo.  Homer, ciego y paralizado murió de inanición días después. 
La policía y el departamento de salubridad de la ciudad sacaron más de 130 toneladas de basura.  Lo poco que se salvó no alcanzó ni los 2 mil dólares en una subasta.  Ya que jamás se le dio mantenimiento a la casa, el inmueble fue finalmente derribado. 

Homer y Langley se convirtieron en un exponente moderno, rico y extremo del conocido Síndrome de Diógenes, que al parecer, también se conoce en otros ámbitos como Síndrome de Collyer.  Esta patología llamada Disposofobia se refiere a la adquisición excesiva de objetos y la manía de no deshacerse de ninguno, incluso si estos carecen de valor o son insalubres.  No se ha determinado si este síndrome es una condición aislada o viene unida al trastorno obsesivo-compulsivo.   

2 comentarios:

Unknown dijo...

Ale: me pareció muy interesante e increible poder si quiera pensar en como alguien puede guardar tantas cosas que se convertirian en toneladas de basura, que horror. Es un libro que parece que vale mucho la pena leer. gracias.

bety dijo...

Aquí definitivamente hay un trastorno mental, pero no podría ser un ejemplo abrumador de quien trata de llenar exterior e inútilmente un gran vacío interior?
Saludos con cariño.