martes, 25 de mayo de 2010

Serie de Verano Maestros del Arte # 2


                 Henri De Toulouse Lautrec es el único aristócrata/individuo de sangre azul que ha obtenido el reconocimiento más alto en la República del Arte.  Su padre, el Conde Alfonso de Toulouse-Lautrec-Monfa, era un excéntrico de sangre azul que presumía de su linaje trazándolo en línea directa a las más nobles familias del siglo trece, y su madre, a su vez una mujer con una larga cadena de apellidos provenía también de noble cuna. 
                   Siendo algo tan común que los aristócratas fueran los patronos de las artes y se rodearan de ellas, en este caso el nacimiento de un verdadero artista en la familia les haría pagar la penitencia por tantos siglos de inutilidad en sus vidas.
                   El viejo Conde de Toulouse era un personaje extraído del pasado y su hijo Henri se cultivaba dentro del ambiente noble amando los deportes ecuestres y las actividades al aire libre. Pero un par de accidentes lo pasaron de ser participante a convertirse en un artista espectador.  De niño sufrió una extraña enfermedad de los huesos y al caerse un par de veces se fracturó ambos muslos. Los médicos no pudieron hacer más que salvarle la vida pero el precio fue sumamente alto pues lo dejaron inválido.
                  Su torso se le desarrolló con normalidad pero sus piernas se formaron como aquellas de un enano.  De no ser porque el mundo del arte lo envolvió en sus lienzos, su orgulloso padre lo hubiera refundido en la torre de uno de sus castillos en Burdeos.
                 En su adolescencia, cuando dedicaba el tiempo a pintar caballos y animales salvajes su padre se sentía complacido pero más adelante en Paris cuando el arte de su talentoso hijo floreció a orillas del lodo y de lo maloliente y que sus temas eran escogidos entre aquello que sucedía en los bajos mundos, el viejo aristócrata vivía enfurecido. 
                 A la edad de 23 años y por decisión familiar, se le permitió a Lautrec administrar personalmente los fondos que se le habían destinado. El pintor rentaba un pequeño estudio en Montmartre siendo vecino de un solterón llamado Edgar Degas cuyas relaciones con sus modelos eran sumamente ortodoxas.
Fue dentro de este ambiente que se desarrolló un fenómeno sumamente extraño. 
                 El joven pintor llamado Toulouse Lautrec, hijo del Conde Alfonso etc. etc., físicamente deforme pero mentalmente superior a sus colegas y cortejado por los aristócratas de Paris, se hundió deliberadamente en medio de los bajos mundos, en medio de la plebe, codeándose con los del escalafón más bajo, con los “especialistas en el pecado y la perversidad” como los catalogaban.    Toulouse se movía como pez en el agua en los music-Halls, en los circos, en los burdeles y antros del bajo mundo.  Su compañero de farra y al igual noctámbulo era un primo de su madre, un médico alto y delgado lo que hacía de ellos un dúo sumamente peculiar.
                La amistad de ambos se daba como miel sobre hojuelas: El médico llevaba a Toulouse a los hospitales donde le permitían hacer bocetos de los enfermos y de las cirugías y en pago Toulouse invitaba a las coristas de los cabarets para el deleite visual de los pacientes. 
               Lautrec llegó a la cúspide de su arte entre los 28 y 30 años de edad cuando produjo carteles incomparables, óleos y litografías de Montmartre y de los chulos, prostitutas, bailarinas del Can Can francés, lesbianas, homosexuales  y otra serie de talentosos degenerados como se les tenía calificados en aquella época.  El Moulin Rouge se convirtió en su segunda casa al igual que los burdeles del barrio.  Vivía cómodamente entre prostitutas y de igual forma las consentía llevándolas a las carreras de caballos o a pasar un día de campo a orillas del río  y por lo mismo las chicas lo adoraban.  
               La vida alegre sin embargo le cobró su cuota al pintor enviándolo a un hospital por dipsómano.   Durante su encarcelamiento terapéutico ejecutó más de cincuenta bocetos y el día que lo diagnosticaron rehabilitado  salió del sanatorio tan fortalecido que de inmediato organizó un viaje para cruzar el Canal de la Mancha rumbo a Inglaterra y poder asistir a un juicio en contra Oscar Wilde.
               Pese a que jamás tuvo la necesidad de trabajar para mantenerse, Toulouse Lautrec recibía una buena paga por los bocetos que realizaba y por sus carteles. A él se le atribuye la creación de lo que hoy conocemos como “póster” .
               Cuando en 1889 viajó al Havre con el propósito de visitar a una vieja amiga que había marcado su corazón maltrecho, se encontró con la sorpresa que dicha damisela había hecho sus maletas y se había fugado con un cliente.  Dada la sensibilidad del pintor y su baja autoestima decidió refugiarse al lado de su madre en la ciudad de Burdeos. Murió allí a la edad de 36 años y fue enterrado como lo merecía un hombre noble de la época.
               Henri de Toulouse-Lautrec fue uno de los mejores dibujantes del siglo 19.  Si las comparaciones literarias son válidas, Toulouse era para la pintura lo que Guy de Maupassant fue para la literatura.  Cada uno en su oficio fue duro, honesto y totalmente carente de sensiblería; cada uno interpretó las costumbres del pueblo francés con valentía.  Lautrec no utilizó a sus modelos individualmente  sino que siempre los presentó afectados por el medio donde se desenvolvían.
               Sus modelos, lejos de algunos retratos que elaboró de personajes ilustres, siempre fueron ciudadanos provenientes de mundos envilecidos, degradados.  Los respetó a todos y cada uno, y de no ser porque Lautrec los inmortalizó en sus lienzos y carteles, hubieran quedado en el olvido absoluto.  Su modelo favorita fue Jane Avril, bailarina del Moulin Rouge, una chica delgada y acrobática a la que paseó por todos los recintos aristocráticos parisienses para horror de todos los allí reunidos.   Otra bailarina que siempre lo inspiró fue La Goulue, una mujer dura y bravucona, de nariz aguileña quien cuando perdió la fortaleza en sus piernas se convirtió en domadora de leones de un circo de tercera.  Los paneles que Lautrec pintó de ella y la trouppe circense se encuentran en el Museo de Louvre en Paris.
                   Una de las cantantes del Moulin Rouge se hizo famosa de la noche a la mañana. Era muy joven, de tez pálida, delgada, sin curvaturas y sin pechos. Se llamaba Yvette Guilbert . Siempre tuvo temor a las brochas y pinceles de Lautrec al paso de los años haciéndose vieja y más sensible .  La definía su mata de cabello bermellón.   Toulouse sin embargo se ganó su confianza y la plasmó en lo que hoy se conocen como los mejores carteles que el pintor haya realizado.
                   Además de su larga lista de personajes del inframundo, Lautrec incluyó a Aristide Bruant –figura mítica de cabaret parisiense y el café-concierto, a Chocolat el bailarín negro y a Cleo de Merode quien cautivó a Anatole France con su baile del vientre.
                   Cuando se sentía cansado, se retiraba por unos cuantos días a alguno de los burdeles donde lo recibían con los brazos abiertos.  Allí se dedicaba a dibujar y bocetar recibiendo el afecto constante de todas las mujeres  que allí trabajaban.  Una de sus pinturas, aquella que representa el recibidor de un burdel con todo tipo de mercancía puesta en exhibición expresa todo lo que puede decirse respecto al deseo carnal. Toulouse Lautrec fue un cronista social. Se mezcló, pintó y fue como el pueblo.