martes, 27 de mayo de 2008

Comiendo con los Impresionistas


Comer, beber, compartir la mesa, inventar un día de campo y la preparación de todos los alimentos jugaron una parte primordial en la vida y el arte de los pintores Impresionistas. Allá en 1874 antes de que se exhibiera por primera vez su pintura y se bautizara como Impresionismo, los artistas vivían en tapancos y estudios ubicados en el barrio de Montmartre o el distrito de Batignolles en Paris, y siendo sus viviendas minúsculas la mayoría de las veces, optaban por reunirse en los cafés parisinos. Al final del siglo diecinueve cuando el Impresionismo había llegado a la cúspide, los pintores pudieron entonces convertirse en asiduos clientes de los grandes restaurantes donde se servían platillos de Alta Cocina, y al hojear un libro de pintura Impresionista nos damos cuenta de inmediato del disfrute absoluto que cada uno de estos pintores tenía por la comida. Muchos regresaban constantemente al tema, pintando naturalezas muertas y bodegones de frutas, vegetales, carnes, pescado, vinos, conservas y pasteles. Pintaban reuniones en cafés o cantinas que reflejaban las diversiones domésticas y sencillas así como el intimismo de las cenas familiares y las reuniones más formales. Los almuerzos al aire libre fueron también un tema recurrente y estos artistas se dedicaron intensamente a pintar escenas campestres en el recién desarrollado Bosque de Bolonia, a las orillas del Sena o en las afueras de Paris como en Fontainebleau y Barbizon.


Renoir y Monet fueron los maestros del almuerzo "Alfresco" . Las reuniones plasmadas en sus lienzos iban siempre de la mano de una inminente sensación de nostalgia ya que estas alegrías temporales eran cortas y efímeras y se practicaban solamente en el único día libre con que los comensales contaban. Incluso por esto mismo, varias pinturas denotan las mesas desorganizadas, con platos y copas usadas, fruta mordida, pan despedazado, o una rosa que aún está fresca pero se sabe que muy pronto se marchitará. Todas estas eran poderosas indicaciones de la transitoriedad de este momento y la volátil cualidad de estos placeres sensoriales.


No resulta novedad para todo aquel que disfruta cocinando el reconocer lo pronto que se esfuma este momento del placer a la vista, al olfato y principalmente al gusto pese a que el platillo tomó largo tiempo en ser elaborado. Al final, lo único que queda son algunos restos y recuerdos sobre la mesa.


Para los Impresionistas, el retratar almuerzos y bodegones era la oportunidad de dar a conocer la gran maestría que poseían para el detalle. Cabe decir que la corriente Impresionista brotó al mismo tiempo en que se inventaba la cámara fotográfica en Francia y muchos críticos osaron decir que con el invento de este artefacto, la pintura pasaría a segundo término teniendo ahora la oportunidad de obtener con un solo disparo, primero el impacto y luego el recuerdo del momento. Pero es claro que no fue así.


El Movimiento Impresionista fue nombrado así gracias a Claude Monet quien lo explicó de la siguiente manera: "Un paisaje no es más que una impresión instantánea y se nos puso esta etiqueta gracias a mí. Había enviado un cuadro pintado en el puerto del Havre, una escena que percibí desde mi ventana, con el sol a punto del ocaso y los mástiles de algunos barcos allá en el horizonte. Cuando me pidieron el título de la pintura para incluirlo en el catálogo, me di cuenta que no podía llamarlo El Puerto del Havre pues no era una vista clásica de dicho sitio. Sin pensarlo más le dije al editor: Llámalo IMPRESIÓN."


Los críticos se fueron encima de ellos, llamando y satirizando la exhibición de mil y un maneras. Hubo quien dijo que los diseños del papel tapiz en casas adineradas tenían mejor diseño y acabado que las pinceladas de este grupo de "supuestos" artistas.


Los Impresionistas se dedicaron a producir lienzos donde con sus pinceles y su puntillismo, captaron principalmente escenas de convivencia, escenas donde personas se reunían alrededor de una mesa a partir y compartir el pan. Esto se debió a un fenómeno que se venía gestando casi un siglo antes de la aparición de esta corriente artística. En Paris, la clase media comenzó a frecuentar restaurantes después de la Revolución Francesa en 1789 y para finales del siglo dieciocho, ya existían en Paris simplemente más de quinientos.


Pero el oficio de la comida tiene su secreto, y en este caso, la cocina francesa tuvo un parte aguas con la llegada en 1870 de Augusto Escoffier quien cambió radicalmente la esencia de la cocina gala. Previamente, los almuerzos de las clases nobles consistían de una grotesca cantidad de platillos elaborados –muchos de ellos quedando sin degustarse. Con la aparición de Escoffier en la escena culinaria, los franceses ahora se deleitaban con un nuevo estilo de comer pues ahora el menú tradicional consistía de una entrada –sopa o melón- seguida de un marisco o pescado, un platillo elaborado con carne y posiblemente algo de pollo antes de proseguir con las verduras y cerrar con un delicado postre como broche de oro.


Escoffier nació en Provence en 1846 y trabajó de aprendiz en restaurantes de la Costa Azul. Dividía su tiempo entre Niza y Paris hasta que se asoció con el hotelero suizo César Ritz. Los libros de Escoffier: La Guía Culinaria (1903) y El Libro de los Menús (1912) contenían recetas que hicieron que muchos se sorprendieran por emplear el ajo en gran variedad de recetas por su fuerte sabor además de que era sinónimo de la cocina campesina. El grupo de pintores impresionistas eran clientes habituales de los restaurantes parisinos del gran chef tanto en sus negocios pequeños y más económicos ubicados en Montmartre como en sus establecimientos más costosos. Aquellos restaurantes al aire libre eran los favoritos de Degas y Monet.


Se dice que Impresionismo nació en un café de Paris. El primer café tal como hoy se conoce, fue el Café Procope establecido en 1696 con enormes candiles y mesas con planchas gruesas de mármol, nieves y helados italianos y un mostrador con todo tipo de pastelería. En 1850 cuando el famoso urbanista, el Barón Haussmann estimulara el remozamiento de Paris, los cafés brotaron e invadieron los bulevares. Para el final del siglo diecinueve, existían más de veinticuatro mil cafés en Paris. Algunos fueron puestos de moda por ciertos grupos políticos, otros por gremios y profesionistas, por artistas, escritores, filósofos y periodistas. Los cafés fueron escenarios constantes del Teatro de la Vida. Paris era una ciudad en constante ebullición debido a su acelerado crecimiento a finales del siglo diecinueve; la mayoría eran hombres y mujeres solteros.


Manet y Degas enfocaban su pintura a los diferentes tipos de mujeres trabajadoras que frecuentaban estos sitios públicos. Pintaban solamente a aquellas mujeres que desempeñaban sus labores sin necesidad de un acompañante – meseras, lavanderas, maestras, actrices, modelos e incluso prostitutas. Manet recreaba en su pintura los olores, el ambiente del café, el brillo del cristal, la frescura de las jardineras y arreglos florales.


Pero el Impresionismo también gozó al recrearse a las orillas del Río Sena y en los alrededores como ya decía, en Barbizon y Fontainebleau pues era sumamente fácil trasladarse allí a pasar el día saliendo en un tren desde la estación de San Lázaro. La primera pintura a gran escala hecha por Monet fue la llamada Desayuno en el Campo, pintada mientras se hospedaba en el Hotel El León de Oro en Chailly junto con su futura esposa. Nunca terminó esta pintura a gran escala e incluso la partió, quedando el área central como única pieza sobreviviente. En este tiempo, almorzar en el campo era la diversión por excelencia y los parisinos empacaban sus canastos de comida y se lanzaban a los parques, hipódromos y ferias campiranas.


En la madurez de la vida, muchos de los Impresionistas se mudaron a las afueras de Paris: Monet vivió en Giverny, Renoir en el Sur de Francia, Pisarro en Eragny. Sus visitas a los cafés parisinos fueron cada vez menos frecuentes. Algunos decidieron juntarse el primer jueves de cada mes en el Café Riche ubicado en el Boulevard de los Italianos.


Muchos de estos Impresionistas retrataron la vida íntima de su hogar en lienzos ejecutados en algún momento de su carrera. En este mundo de domesticidad, la mujer reinaba. Aquellas damas respetables se mantenían alejadas de la "vida alegre" de Paris y sus paseos se limitaban a los parques siempre y cuando fueran con un acompañante masculino. Muchas de ellas iban de compras a la tienda del señor Fauchon donde abarrotaban sus canastas con todo tipo de delicadezas dulces y saladas: carnes frías, quesos, pastelería, vinos y licores. La mujer de nivel superior al medio, dirigía y supervisaba su cocina y las recetas que ejecutaba el personal de servicio eran aquellas que habían pasado por varias generaciones. El platillo principal en la dieta de los franceses de esa época consistía en la sopa. Ésta se tomaba al final de la jornada y consistía en una rebanada gruesa de pan dentro de un tazón, sobre la cual se vertía el caldo. Y por lo mismo, los Impresionistas no tenían como saciarse de la infinidad de temas que la cocina y la mesa les proporcionaban: sirvientes ejecutando el quehacer cotidiano, cocineras mezclando espesas salsas o bien las buenas maneras en la mesa.


Fue después de la Revolución cuando los franceses decidieron llamar "Déjeuner" al almuerzo del mediodía y "Dîner" a la cena. El almuerzo dominical era el evento familiar por excelencia y a partir de mediados del siglo diecinueve, abundaron los tratados de buenas maneras donde se subrayaba que la gente educada no debía de comer los alimentos con las manos. La pintora Marie Cassat confesó haberse sorprendido con los modales de Cézanne quien aparentemente se llevaba el cuchillo a la boca, jamás lo soltaba durante el almuerzo pero en lugar de utilizarlo como era debido, partía la carne con las manos.


El ritual del té también fue plasmado por estos pintores donde sus modelos denotan estar abstraídas en sus pensamientos mientras degustaban exquisitos pastelillos. Uno podía saborear éclaires y también Magdalenas como las descritas por Proust, y estas escenas Impresionistas recuerdan a la Chef pastelero Marie-Antoine Carême a quien le debemos la creación de los mazapanes, merengues, volovanes y pasta hojaldrada.


Los Impresionistas buscaron también distintos panoramas y vistas y muchos de ellos viajaron por Bretaña, Normandía y Provence. Monet y Renoir entre otros, lo hicieron como el viajero moderno lo ejecuta hoy día, con la fascinación de descubrir y explorar nuevos paisajes y culturas, acompañados por el placer anticipado de descubrir nuevos deleites para el paladar.


Los efectos transitorios de la luz en Provence cautivaron para siempre a muchos de ellos, principalmente a Van Gogh quien llegó en 1888 y se estableció en Arles con el sueño de establecer allí una colonia artística. Para él, como escribiría en cartas a su hermano, Provence era una mezcla embriagadora de campos cultivados con almendros, olivos, higos, naranjas y granadas y si uno bajaba la mirada, el suelo estaba cubierto de romero, tomillo y mejorana, lavanda y otra serie de plantas medicinales. Pero para Van Gogh, Provence era un sitio con luz avasalladora y pedía a su hermano Théo que le enviara dinero para comprar más luz –como se refería él a la pintura- y por supuesto para comer más bouillabaise y ratatouille. (Lo que le sucedió después ya es otra historia.)


Epílogo.-


La buena comida da siempre como resultado un exquisito intercambio entre los comensales. Los grandes lienzos de estos artistas lo confirman y en agradecimiento a quien me lee, incluyo aquí una receta originaria de Provence - la Sopa al Pesto- para quien desee organizar un almuerzo campestre y preparar una canasta que incluya una buena botella de vino, una baguette y un trozo grande de queso Brie. Solo habrá que recordar que nunca hay que acercarse el cuchillo a la boca como lo hacía el gran genio Cézanne.



Sopa al Pesto (8 personas)
½ kg de judías verdes
4 zanahorias grandes
4 papas
4 jitomates
4 calabacitas (zucchini)
Media cebolla
2 tazas de fideos
4 dientes de ajo
1 manojo de albahaca
½ taza de aceite de oliva.


Hervir una cacerola con ¾ de litro de agua. Preparar la verdura quitando las puntas de los ejotes y partiéndolos a la mitad; pelar zanahorias y papas y cortar el jitomate en cubitos. Rebanar las calabacitas y la cebolla. Vaciar las verduras en el agua hirviendo y cocer a fuego bajo de 35 a 40 minutos. Añadir el fideo. Con un mortero, machacar el ajo y la albahaca y poco a poco incorporarle el aceite de oliva. Esta mezcla es el Pesto. Cuando los fideos estén a punto, agregar la mitad del pesto a la sopa y mantener a fuego bajo unos cuantos minutos más. En una sopera mezclar una taza de sopa con lo que queda del Pesto y una vez que se haya mezclado, añadir el resto de la sopa.
Servir de inmediato a sus comensales que para este momento, con el Brie, la Baguette y el Vino, se estarán ya considerando invitados al almuerzo en el campo de Pierre Renoir.