martes, 30 de noviembre de 2010

Con cámara al hombro, de Jurica a Nueva York

escritora huésped
Maga M. González

Domingo por la tarde. Estamos a la mitad de un largo fin de semana pues al día siguiente se conmemora el Día del Trabajo en los Estados Unidos y he citado a Alfredo Alcántara para que platiquemos respecto al trabajo que desempeña en la Ciudad de Nueva York .
La cámara de video y la cámara de cine fueron sus juguetes durante su niñez y adolescencia y ahora son herramienta de trabajo.


Esta historia inicia en Jurica , Querétaro donde llegó siendo un niño. Cualquier pretexto valía para que Alfredo siendo un niño, hiciera un corto, filmara una película, un “largometraje” de unos cuantos minutos donde todo aquel que llegaba de visita a la casa, instado por supuesto por él, podía probar su talento como actor. Durante el transcurso de algún evento familiar o reunión de amigos Alfredo dirigía, filmaba, editaba, musicalizaba y producía. Hoy al paso de los años el material vale oro pues documenta la diversión de la infancia (¡Curiosamente, uno de sus actores infantiles- Miguel Septién hoy ya trabaja en Broadway !)
Hacer películas fue siempre el sueño de Alfredo. Apenas había terminado sexto grado de primaria y ya solicitaba información a las escuelas profesionales de cine de Estados Unidos. Aún conserva un par de cartas donde le respondieron una vez que notaron su corta edad aún. En una de ellas la directora del programa de cine le escribe de su puño y letra diciéndole que lo felicita ya que no muchos definen su pasión por la vida a tan corta edad y lo anima para que se vuelva a poner en contacto en unos cuantos años más.

Alfredo Alcántara Marentes fue alumno del Colegio Kennedy de donde se despidió antes de haber cumplido 15 años para estudiar en Fountain Valley School de Colorado Springs, Colorado. Cuatro años después ingresó sus documentos para ser aceptado por la Universidad de Nueva York de la que 4 años más tarde se graduó con honores del prestigioso Programa de Cine que ofrece “Tisch School of the Arts” dentro de la Universidad. El programa solamente admitía a 50 candidatos y Alfredo fue uno de los elegidos.

Durante su tercer año tuvo la oportunidad de estudiar un semestre en FAMU la Escuela de Cine de la República Checa y de trabajar en los estudios de Kodak y Panavision en la Ciudad de Praga. Durante estos meses, dirigió un cortometraje llamado “Las lágrimas de oro” que participará en 2011 en el Festival de Cine de la Universidad de Nueva York. Asimismo, ganó el patrocinio de la misma universidad para filmar en el estado de Colorado, el cortometraje que presentó como tesis para recibirse y cuyo título es “Agua que Corre”, mismo que también está enfilado a participar en los festivales de cortometraje artístico de Estados Unidos, Toronto y Berlín.
El abanico de proyectos en los que trabaja es muy variado pues además de desempeñarse como realizador de cine, su trabajo como fotógrafo cinematográfico comienza a ser muy cotizado y ya comparte créditos en cortometrajes que hay sido galardonados en el Festival de TriBeCa en Nueva York.
Justo el mes pasado fue premiado por GE (General Electric) ya que presentó a concurso un spot comercial acerca de la energía renovable.

Hoy Alfredo Alcántara me platica sobre el proyecto en el cual está trabajando y que arrancó hace prácticamente ocho meses.
La amena entrevista nos lleva a definir la diferencia que existe entre un fotógrafo de cine y un fotógrafo para documentales. El trabajo de un fotógrafo de cine es contar una historia a través de imágenes en movimiento, pero estoy por descubrir un ángulo diferente que es el oficio de un fotógrafo para documental y Alfredo me brinda esta perspectiva desde diversos ángulos.

El oficio del cine que aprendió durante su estadía en la Universidad de Nueva York lo capacitó para trabajar en ambas esferas: el cine narrativo al que lo rigen los muros de un set, y el cine documental que es gobernado por otro set de códigos y que le atrae por la naturaleza espontánea a la que se enfrenta.

El trabajo de un fotógrafo de cine es el de crear imágenes, pero al fotografiar un documental, su trabajo será “encontrar” esas imágenes además de contar con la sensibilidad suficiente para captar lo que sucede frente a él, captar el momento justo, la expresión facial, la gesticulación , el movimiento de las manos y todo aquello que será lo que revele al individuo y al momento preciso.
En el argot cinematográfico existe la expresión: “el paso de la mariposa” (documentary butterfly) pues se necesita el talento para captar lo irrepetible. El fotógrafo debe poseer instinto y el don de la improvisación, la habilidad y el deseo de escuchar.

Alfredo Alcántara cuenta con todo esto a su favor. Es por ello que desde Mayo forma parte medular del equipo de trabajo del Doctor Irving Dardik quien produce un documental llamado “The Wave Maker”. (Aún no existe una traducción oficial para el título-aunque la traducción literal sería El Generador de Ondas.)

Dardik ha estudiado meticulosamente los ritmos circadianos que son básicamente los ritmos biológicos. Todo animal y planta muestra un ritmo biológico que está unido a un cambio ambiental rítmico. La esencia de su teoría es simple: Todo el Universo está compuesto de ondas- todo lo que afecta nuestro sentidos. Al nacer el ser humano está conectado a todas las ondas y ritmos naturales. Estos patrones naturales con los que el hombre está unido desde que nace se van deteriorando por una mala calidad de vida, de alimentación, de sueño y de presión cotidiana. El hombre llega al mundo siendo una perfecta orquesta en sintonía y de repente cada grupo de instrumentos decide tocar en desorden y desentono.

Habiendo sido la Cirugía Vascular su especialidad médica inicial, Dardik originalmente vio su investigación y su principio como la oportunidad para brindar salud, contrario a lo que es el punto de vista común de diagnosticar y curar enfermedades, y por medio de un programa de ejercicios meticulosamente diseñado, ha encontrado el camino para ajustar y realinear el organismo del ser humano que se encuentra estresado por diversidad de factores y por lo mismo se encuentra fuera de sincronía.

Este nuevo enfoque ayuda a mitigar los efectos de las enfermedades crónicas. El programa de ejercicio ha devuelto mejoría y calidad de vida a individuos cuyo panorama futuro instalaba a muchos en una silla de ruedas. La recepción de tan valiosa teoría y principalmente los magníficos resultados de su puesta en práctica han abierto a las teorías del Doctor Dardik la puerta hacia otras ramas científicas como son la Fusión en Frío, la Metalurgia y por supuesto inmenso campo en la Medicina.

Alfredo es cálido y sencillo en su trato pero acepta confirmar que el Doctor Dardik ha expresado en diversas ocasiones que el haber contratado a Alfredo ha sido un gran acierto pues su capacidad de trabajo, su talento y su sensibilidad son extraordinarios.
Alfredo Alcántara es el fotógrafo documentalista que mantiene su ojo detrás de la cámara mientras Irving Dardik va dando seguimiento y registro a múltiples casos y como parte medular del equipo del Doctor, Alfredo continúa asombrándose a diario de los exitosos resultados. Han sido ya ocho meses de intensa labor y lo que inició para él si bien como un proyecto cinematográfico atractivo, hoy se ha convertido en algo fascinante pues con su cámara de cine ha tenido el privilegio de ver y conocer aquello a lo que muchos no tienen acceso como lo fue por ejemplo el documentar entrevistas de investigadores en los Laboratorios Científicos de Stanford en Palo Alto California entre otros.

“Jamás pensé que fuera un proyecto de tal magnitud, jamás pensé lo que mi ojo iba a poder documentar,” Alfredo reflexiona.

El fotógrafo documentalista, afirma Alfredo, tiene delante de él una misión, una responsabilidad y un reto al estar frente a una situación en la cual no existe un control de cómo se va desenvolviendo, y en este caso, mi presencia toma parte de una manera más personal por lo que durante el desarrollo de las tomas, de mí dependen ciertas decisiones que serán fundamentales para el curso de la narración y la historia.

La parte íntima y personal del proyecto es una serie de entrevistas a pacientes- historias de lucha y de motivación incansable. Meses atrás – me cuenta- conocí a un paciente que había sido diagnosticado con Parkinson.
Fui a Carolina del Sur y me pasé una semana filmando su vida diaria. Diez años atrás había sido diagnosticado con Enfermedad de Parkinson y su panorama era tan oscuro que de inmediato se dedicó a dejar su vida en orden y la familia puso manos a la obra para modificar la casa con rampas pues el diagnóstico indicaba que la silla de ruedas sería en muy poco tiempo su única manera de moverse. Hoy, siguiendo al pie de la letra el programa de ejercicios del Doctor Dardik, el hombre maneja su automóvil, camina, toma clases de canto y es parte del coro en su comunidad. Las rampas se construyeron pero nunca se utilizaron.

A Alfredo le brillan los ojos diciendo: durante una semana fui y vine con él a todos lados, a su clase de canto, al ensayo del coro y guardo el recuerdo de la emoción con la que me contó y me demostró que hoy día sigue cantando pues lo primero que dejan de controlar la mayoría de los pacientes con Parkinson en una fase inicial del padecimiento son sus cuerdas vocales. Estos son los momentos en que ha valido la pena estar detrás de la cámara pues ella solita contará la historia.

Así platicamos de otros casos más, de niños, de personas mayores, que han abierto su vida personal para que otros puedan conocer el beneficio con base en su experiencia.

Para esto –dice- uno no puede llegar con una cámara y montar un tripié y un set de iluminación. Hay que lograr primero una conexión y generar confianza. Una vez hecha, ellos te abren la puerta y te contarán su historia…es por eso que el trabajo de un documentalista en realidad nunca termina.

El documental estará terminado en la Primavera de 2011 y se presentará en el Festival de Cine Sundance así como en el Festival de TriBeCa en Nueva York.

Nuestra plática nos llevó conversando gratamente hasta la Calle 55 donde concluimos esta entrevista sentándonos a comer una exquisita sopa de cebolla en uno de sus restaurantes favoritos. Platicamos sinfín de anécdotas, acerca de aquellos días soleados en Jurica y principalmente de cómo un sueño ya se ha convertido en realidad.

lunes, 1 de noviembre de 2010

De basura y otras cosas


Hace unas cuantas semanas llegó a mis manos un libro que me atrapó desde la primera página.  Se trata de “Homer y Langley” escrito por E.L. Doctorow.         He de confesar que la historia me llamó la atención al leer la contraportada y cual fue mi asombro al enterarme días después que Homer y Langley existieron y que el autor nos lleva a conocer la vida de los  hermanos introduciéndonos poco a poco en su mundo, en ese mundo que los llevó a encerrarse un día dentro su casa para siempre.  En una entrevista para el diario español El País, el célebre autor  comenta que leyó en los diarios de Nueva York sobre este incidente cuando él era apenas un joven adulto y ya siendo escritor siempre tuvo el deseo de escribir una novela basada en este episodio que a menudo rondaba su mente.   Doctorow manipula así la realidad, cambia el orden en que nacieron los hermanos, alarga sus vidas pero respeta la esencia de cada uno.  


Aquí la secuencia de los hechos:


El 21 de marzo de 1947 policía y bomberos entraron en la casa ubicada en el número 2078 de la 5a. Avenida – esquina con la calle 128 en Manhattan, Nueva York.  Trataron de hacerlo por la puerta principal pero no pudieron. Tampoco por las ventanas pues toneladas de objetos y periódicos lo impedían. Al final, penetraron por un agujero que había en el techo. Los vecinos llevaban varios días sin ver a Langley, el único de los hermanos que salía a la calle. La policía no tardó en encontrar a Homer, el hermano ciego y paralítico, muerto de inanición, entre trampas, objetos y toneladas de periódicos.
Al cabo de dieciocho días encontraron a Langley. En realidad, estaba muy cerca de su hermano. El forense concluyó que iba rumbo a llevarle comida a su hermano cuando una pila de objetos le cayó encima sepultándolo y matándolo; el cuerpo ya estaba irreconocible.
Dejemos la noticia que apareció a ocho columnas en los diarios neoyorquinos y vayamos atrás.
Los hermanos Collyer eran hijos de un reconocido ginecólogo y una cantante de opera.  La familia presumía descender de los Livingston, un apellido renombrado y establecido en la isla de Manhattan allá por el siglo 18.  Los jóvenes Collyer estudiaron en la Universidad de Columbia, uno de ellos la carrera de ingeniería mientras que al otro le brotó el talento para el piano.  Ambos hermanos se caracterizaban por ser un par de excéntricos, el concertista con una larga y ondulada cabellera –algo muy extraño en esa época- y el otro desarrollando inventos innecesarios, como una aspiradora para el interior de los pianos y un generador eléctrico que adaptó dentro de un automóvil Ford Modelo T.
 En 1909 la familia se mudó a una residencia en Harlem donde las familias adineradas habían comenzado a comprar grandes propiedades.  El padre de Homer y Langley, el Dr. Collyer era también considerado un hombre excéntrico pues se decía que para ir a su consultorio en vez de utilizar un automóvil o bien el transporte público, prefería hacerlo dentro de un kayak a lo largo del East River. De regreso a casa cargaba el kayak sobre su cabeza.  E.L. Doctorow narra en el libro que sus padres mueren debido a la epidemia de gripe aviar después de visitar España- (la epidemia fue real, el incidente no). El caso real es que los señores Collyer por alguna razón se mudan dejando a los dos hermanos, ya hombres hechos y derechos viviendo en la residencia de Harlem en Manhattan. 
Poco tiempo después a la muerte de los padres, quedan herederos de las cuentas de banco, de la casa y de todo lo que hay en su interior.  Al poco tiempo, aquella zona de moda para los ricos en Harlem deja de serlo pero los hermanos deciden no mudarse.  El bien raíz comienza a depreciarse y la personalidad de la zona también se deteriora.
Así es como comienzan los rumores, de que existen objetos de valor en la casa y sufren varios intentos de robo.  Su temor va en ascenso y deciden crearse su propia fortaleza además de que Langley aprovecha sus conocimientos de ingeniería y su creatividad para concebir una serie de trampas en caso de ser sorprendidos de nueva cuenta. 
Su situación económica jamás fue mala pues heredaron una gran fortuna lo que les permitió darse el lujo de no trabajar pero deciden no pagar más los servicios que proporciona la ciudad quedándose así sin teléfono, sin calefacción, sin luz eléctrica y sin agua corriente. En 1942 los medios van tras la noticia al enterarse que Langley se rehúsa a pagar el faltante de la hipoteca.  El diario New York Herald Tribune logra una entrevista y Langley confiesa que diariamente compra los 9 periódicos que se publican en la ciudad y no se deshace de ellos pues confía en que pronto Homer su hermano recobrará la vista y así se podrá poner al día de los sucesos mundiales.
 Sí. Aún no lo había yo mencionado, pero el caso es que Homer comenzó a perder la vista poco a poco pues padecía de hemorragias en la parte posterior del globo ocular además de reumatismo.  Su hermano creía haber encontrado el remedio para curarlo de la ceguera haciéndole comer cien naranjas por semana además de pan negro y mantequilla de cacahuate. La presión y el acoso constante del Ayuntamiento continúa por lo que un día Langley decide pagar lo que resta de la hipoteca y hace un cheque por $6,700 dólares (aproximadamente 100 mil dólares actuales). Se dice que entrega el cheque por una rendija de la puerta y se vuelve a encerrar a piedra y lodo. Por un rato, la vida de los Collyer queda en el olvido. 
Los años siguen pasando, y debido al corte de los servicios, en invierno  calentaban el gran caserón de cuatro pisos de la Quinta Avenida con un pequeño calentador de keroseno. Los vecinos veían a  Langley caminar cuatro cuadras cada noche  para traer un par de cubetas de agua.  Muchos aseguran que lo vieron ir a pie hasta Brooklyn para comprar simplemente un poco de pan.   Homer era ya un discapacitado, reumático y ciego, y estaba a expensas de los cuidados que su hermano le pudiera brindar.  En sus largas caminatas Langley traía a la casa una serie de objetos que almacenaba en todas las habitaciones.
Durante su vida acumularon toneladas de periódicos y objetos de lo más variado: diez pianos de cola, coches, maquinas de rayos X, centenares de miles de publicaciones, varios tocadiscos, decenas de miles de libros, miles y miles de discos.
El 21 de Marzo de 1947, la estación de policía de la calle 122 recibió una llamada anónima afirmando la existencia de un cadáver dentro de la casa.  La policía llegó al domicilio pero se enfrentó a una serie de complicaciones para entrar a la propiedad.

 Lograron derribar la puerta pero se encontraron con una muralla hecha de periódicos y apuntalada con pequeñas piezas de metal intercaladas entre cientos de capas de papel lo que hacía de este muro un obstáculo infranqueable.  Pasaron horas tratando de lograr atravesarlo sin suerte alguna.  Todos los ventanales estaban enrejados y ya entrada la noche alguien descubrió la posibilidad de pasar a través de un agujero en el techo de la azotea.  El orificio solo permitía la entrada de un individuo mismo que tardó casi dos horas gateando y arrastrándose entre cajas de cartón amarradas con cuerdas, carriolas infantiles, sombrillas atadas, botellas de vino, catres y sillas hasta llegar a donde se encontraba el cuerpo de Homer, sentado en una silla con la cabeza apoyada en las rodillas y el cabello gris y largo más allá de los hombros. Traía puesta una bata de baño raída.  El forense determinó que la muerte de Homer no tendría más de 9 horas por lo que el olor fétido no provenía de este cuerpo. Inmediatamente se descartó que el móvil hubiera sido asesinato.  Homer había muerto por la combinación de varios factores: desnutrición, deshidratación y ataque cardiaco. 
Ya para esta hora el misterio había atraído a más de mil personas, pero aún no había ninguna señal del paradero de Langley.
En el afán de resolver el caso, la policía se dio a la tarea de revisar toda la casa, removiendo toneladas de basura. Los rumores comenzaron: que alguien había visto a Langley a bordo de un autobús rumbo a Atlantic City; que el hermano había huido  hacia Nueva Jersey; hubo reportes de haberlo visto en nueve estados de la Unión Americana, todos ellos falsos.  La policía continuó vaciando la casa sacando toneladas de objetos y basura. 
Dieciocho días después, un trabajador encontró el cuerpo de Langley a escasos 4 metros de donde había muerto su hermano, su cuerpo devorado y descompuesto.  Se concluyó que Langley venía arrastrándose a traerle comida a su hermano cuando se enrolló en una de sus propias trampas y varios objetos pesados le cayeron encima sepultándolo.  Homer, ciego y paralizado murió de inanición días después. 
La policía y el departamento de salubridad de la ciudad sacaron más de 130 toneladas de basura.  Lo poco que se salvó no alcanzó ni los 2 mil dólares en una subasta.  Ya que jamás se le dio mantenimiento a la casa, el inmueble fue finalmente derribado. 

Homer y Langley se convirtieron en un exponente moderno, rico y extremo del conocido Síndrome de Diógenes, que al parecer, también se conoce en otros ámbitos como Síndrome de Collyer.  Esta patología llamada Disposofobia se refiere a la adquisición excesiva de objetos y la manía de no deshacerse de ninguno, incluso si estos carecen de valor o son insalubres.  No se ha determinado si este síndrome es una condición aislada o viene unida al trastorno obsesivo-compulsivo.