lunes, 26 de julio de 2010

SERIE DE VERANO - MAESTROS DEL ARTE Rembrandt: un espíritu invencible.


Rembrandt murió en el año 1669.  Los estudiosos de la Historia del Arte marcan su deceso como el del último de los gigantes –golpeado pero invencible y el más apegado al corazón humano. Como si hubiera deseado llevar una bitácora del esfuerzo y las derrotas de un individuo, Rembrandt se autorretrató  una y otra vez. 
Su rostro es sumamente reconocible: de joven un poco ufano por sus primeros logros, de viejo con arrugas suaves, ojos con vista cansada y muchos litros de ginebra holandesa.   Sus cuadros, aunque con temas intrínsecamente holandeses -regionales jamás dejarán de fascinar a los especialistas en arte.
Rembrandt nació en Leyden en 1606. Su padre era un artesano próspero que molía malta para la elaboración de cerveza; su madre, hija de un  panadero fue una mujer con inteligencia mayor que la promedio.  Tuvo 4 hermanos mayores, todos mediocres, y una hermana que fue siempre su consentida.    Como era el hijo menor, jamás le destinaron actividades cotidianas y monótonas. Su madre –que tenía inmenso temor a Dios- le leía pasajes de la Biblia constantemente creyendo que tal vez un día el muchacho se convertiría en un gran predicador o bien si no escogía ese camino, entonces tal vez estudiaría para ser médico, por lo que a los 14 años lo inscribieron en la Universidad de Leyden pero fue una mala decisión pues el chico se aburría con los libros, aprendiendo Latín y se pasaba llenando sus cuadernos con dibujos y bocetos.
 Al término del año académico  decidió abandonar la universidad y apuntarse para trabajar con un pintor de la zona.   Como artista de gran magnitud, demostró su extraordinaria capacidad desde muy jovencito por lo que tres años después lo enviaron a Amsterdam a estudiar bajo la tutela del reconocido pintor Lastman quien resultó ser un engreído pretencioso que Rembrandt al poco tiempo abandonó, no sin antes haber explorado una nueva técnica de iluminar haciendo que los claros y los oscuros se contrastaran extraordinariamente.  El método era un invento de los italianos pero Rembrandt lo estudió, lo modificó y lo refinó de tal manera que lo convirtió en sinónimo de su nombre.
Antes de cumplir la mayoría de edad ya se había convertido en un pintor famoso en su pueblo y en el círculo artístico regional. Contrario a lo que otros pensaban,  el reconocimiento  hizo que se esforzara aún más y de día trabajaba arduamente en su pintura y de noche en sus grabados. 
Una vez que comenzó a recibir ingresos sólidamente se mudó a Amsterdam  que en ese tiempo era una comunidad en ebullición, ordenada y con oportunidades de trabajo para muchos y de inmediato el gremio de los cirujanos le encargó una pintura.   Este cuadro es el que conocemos como La Lección de Anatomía – siete médicos barbones y su profesor- todos alrededor de un cadáver.
Los siguientes diez años fueron sumamente fructíferos pues no solamente era el pintor favorito y un hombre con recursos sino que tampoco tenía competencia.    
Rembrandt se casó con una hermosa rubia llamada Saskia Van Uylenborch amante de las sedas y las joyas. El pintor a su vez no podía resistirse cada vez que le ofrecían una antigüedad o pieza de arte italiano por lo que el dinero que ganaba al vender sus lienzos era puesto en circulación inmediatamente.
Durante estos años tan productivos, el matrimonio tuvo tres hijos mismos que murieron muy pequeños. No se sabe si estos episodios fueron los que instaron a Rembrandt a mudarse a una casa en el gueto para poder estudiar de cerca de los refugiados que le parecían idénticos a los personajes de las historias dramáticas que su madre le leía en el Antiguo Testamento.
Nació el cuarto hijo y vivió para deleite de su padre pero su Saskia falleció al poco tiempo.  Su pena era enorme y a ella se le agregó el que su lienzo “La Ronda de Noche” fuera rechazado rotundamente.  Los espadachines y aventureros proclives a meterse en toda clase de problemas bajo la protección del manto nocturno era un tema demasiado atrevido para la clientela conservadora del pintor y con esto Rembrandt perdió prestigio y admiración de un solo tajo.  Sin importarle lo que de él se decía siguió pintando haciendo de ésta la etapa el tiempo donde creó sus más grandiosos lienzos y grabados.

Pero a partir de este momento, su vida se convirtió en una eterna carrera contra el tiempo. Le dejaron de hacer encargos, necesitaba dinero, pedía prestado pero no tenía como pagarlo y llegó el embargo; se declaró en bancarrota y su casa junto con todos sus efectos personales pasó a manos de un zapatero.  El desalojo de ninguna manera lo limitó pues invitó al dueño de la casa de remates a tomarse unas cuantas copas con él y para la medianoche había ya conseguido que éste le prestara una prensa de grabado con la que continuó trabajando pese a que sus compradores se aprovechaban de él dadas sus condiciones de miseria y la zona paupérrima donde vivía. Endeudado completamente tuvo que depender en absoluto de su hijo pero la luz de su genio creador era cada vez mayor.  En la mayoría de los casos cuando un hombre va en picada, su espíritu lo hace de igual manera pero el caso de Rembrandt ha sido digno de admirar ya que pese a sus numerosas aflicciones, siempre demostró aplomo – la malicia o el resentimiento jamás formaron parte de su esencia. 
Rembrandt se dedicó a pintar retratos de hombres, mujeres y niños pero no para reproducir su parecido sino para mostrar como el semblante refleja la resignación, el asombro y la tragedia de lo que llamamos ligeramente el lado íntimo o el alma.
No hay rostros dichosos en su pintura, tal vez una es la excepción- la pintura que hizo cuando él y Saskia se unieron en matrimonio.   Con su paleta reconstruyó las facciones humanas como si su oficio hubiera sido siempre el de traducir en ellas los equivalentes del color, el claro y el oscuro transfigurados para así obtener mezclas misteriosas de resplandor y sombras.
Su primer modelo fue él mismo, un hombre de cuello grueso frente a un espejo. Su último modelo fue también él mismo, un viejo al que plasmó con pinceladas gruesas y con una expresión grotesca como si se estuviera mofando de los que trataron de derrotarlo.    Logró convencer a su padre que posara para él y lo pintó como un molinero de piel arrugada vestido con una túnica y turbante, su hermana fue retratada como una virgen o dama de clase y su madre como la misma efigie de la frugalidad y la templanza.  
Ya cerca de sus últimos días los cuales pasaba entre tarros de pintura y ginebra, afectado físicamente por la enorme tristeza y el cansancio,  pintó el lienzo conocido como Los Síndicos de los Pañeros.  Tal vez inconscientemente, Rembrandt pintaba a todos sus modelos, hombres y mujeres como si sus rostros estuvieran avejentados pues para él la experiencia y el sacrificio de la vida se retrataba directamente en sus rostros.  Al pintor le gustaba pensar que cada individuo puede conquistar sus problemas y aflicciones de una manera u otra y que sus retratos representan lo mejor que la raza humana puede ofrecer una vez que se ha despojado de los atavíos del materialismo y las falsas pretensiones.