martes, 23 de diciembre de 2008

LA MEDIDA DEL AMOR ES AMAR SIN MEDIDA



Aquella mañana del 8 de Marzo de 1935 el encabezado a ocho columnas del periódico Denver Post en Colorado anunciaba: Descubren congelado el cuerpo de Baby Doe Tabor quien supuestamente hacía guardia a la entrada de la mina "Matchless".

Con una circulación promedio de 158 mil ejemplares diarios, ese día y los siguientes el diario repunta a 320 mil ejemplares diarios.

¿Porqué dicha noticia causaba tanto revuelo e interés entre los ciudadanos de Denver y poblaciones aledañas? Hoy día, después de 74 años, la historia de Baby Doe sigue fascinando a lectores, investigadores, historiadores y cronistas. Con varios libros publicados, una ópera escrita por un músico alemán y un área específicamente designada en el Museo Histórico de Colorado, la vida de Elizabeth "Baby Doe" Tabor sigue fascinando a todo aquel que se topa con su historia. Así como hoy día las fantasías, los cuentos de hadas y de princesas y reinos prometidos siguen siendo parte de las secciones sociales y tabloides alrededor del mundo, la historia de esta mujer quien terminó su vida vestida en harapos, comiendo sobras, subsistiendo como una pordiosera después de haber sido prácticamente una reina , sigue siendo un tema cautivador.

El Denver Post decía: Tras el descubrimiento del cuerpo congelado de Elizabeth -Baby Doe-Tabor en una casucha a la entrada de la mina "Matchless" en Leadville Colorado, el término en Latin FINIS da punto final a una vida cuyas aspiraciones, tristezas, lealtades, riquezas y atroces frustraciones se puede equiparar con la más grande de las tragedias griegas.

Rara vez la carrera de una vida -75 años- ha ofrecido contrastes tan marcados entre la belleza y la poderdumbre, el poder y el desconsuelo, de ser el centro del universo a caer en la desolación total y definitiva.

Vayamos al inicio. Elizabeth nació en Oshkosh Wisconsin proveniente de una familia de trece. Su padre fue un irlandés dedicado a los textiles. Pese a que no era la única niña, su madre la prefirió sobre todos los demás hermanos haciéndola sentir que los dones de belleza que había recibido al nacer, su hermosa piel, su cabello dorado, sus resplandecientes ojos azules harían de ella una reina en un futuro no lejano. Su padre Peter McCourt fue un hombre que siempre supo enfrentar la adversidad ya que teniendo una situación acomodada, perdió su fortuna de la noche a la mañana cuando un incendio arrasó con la calle principal de la ciudad donde estaba su reconocida sastrería y negocio textilero llevándolo a la ruina y teniendo que volverse ahora empleado de un nuevo comerciante que llegó pronto a reconstruir y establecerse con el mismo giro.

Mamá McCourt jamás cesaba de decirle a Elizabeth -tú debes encontrar a un príncipe quien te venere y jamás te haga trabajar con esas manos tan hermosas que tienes.

Allá por 1870 comenzaba en Colorado el boom del oro, la plata y la minería y cuando las noticias llegaron a oídos de familias pudientes y además aventureras del Este de los Estados Unidos, y comenzó la llegada de aquellos que deseaban encontrar allí el tesoro por siempre buscado y la olla que dicen que hay al final del arcoíris. Así llegó Harvey Doe quien con su padre compró un vasto territorio cerca de Central City y comenzaron a extraer exitosamente toda serie de minerales, por supuesto con el oro y la plata a la cabeza. La Señora McCourt encontró la forma de presentar a su hermosa Baby Doe en sociedad resultando el matrimonio de Elizabeth y Harvey cuando ella contaba con apenas 18 años. Uno creería que la niña mimada se hubiera simplemente dedicado a recibir halagos y regalos de su esposo, sin embargo Elizabeth se calzó las botas de minero y trabajó hombro con hombro con su marido. Sin embargo, Harvey resultó ser un hombre débil, un hombre que en cuanto tenía un momento libre corría a refugiarse a las faldas de su madre con lo que el tedio y la falta de intereses en común cubrieron el matrimonio con un manto de aburrimiento, indiferencia y apatía. La participación de Elizabeth en la mina era cada vez menos frecuente y pronto descubrió el pueblo de Leadville a pocas millas de Central City. Leadville se había convertido en la capital de la minería y su ambiente se tornaba rápidamente cosmopolita pues un hombre -el más rico inversionista- se había dedicado no solamente a extraer los minerales preciosos sino también a dotar al pueblo de grandes beneficios como fue un gran teatro donde se representaban óperas traídas de Europa, de hoteles con grandiosos restaurantes y fantásticos cocineros dando esto como resultado que comerciantes del otro lado del Atlántico vinieran a establecerse aquí con toda clase de víveres, sedas, bordados, sombreros y casimires solo por nombrar algunas de la debilidades de aquellos cuyos bolsillos estaban repletos de dólares de plata.

Elizabeth Doe solía ir a Leadville y dejando a un lado el protocolo de tener que salir a la calle siempre acompañada de una chaperona, se paseaba disfrutando los aparadores y se entretenía haciendo pasar las horas muertas de su día. Su belleza era radiante, su larga cabellera rubia y sus ojos en forma de almendra hicieron que los habitantes de Leadville la apodaran "Baby Doe" - que viene a ser un juego de palabras en inglés pues su apellido "Doe" significa también la hembra de un venado, digamos una hermosa "Bambi" para entendernos mejor.

Baby Doe -llamémosla así de ahora en adelante- comía en el restaurante del hotel Clarendon cuando su mirada se cruzó con la de Horacio Tabor, el famoso inversionista de quien hablábamos en el párrafo anterior, y el intrépido cupido lanzó su flecha con tal precisión que ambos olvidaron su vida, sus responsabilidades y perdieron la razón uno por el otro.

Horacio Tabor era un hombre casado, padre de un niño. Augusta su mujer había apostado todo su capital, legado de su familia para que Horacio tuviera un cimiento firme e iniciara su fortuna, misma que éste hizo crecer de manera incontable. Pero el amor y la razón se enfrascaron en una lucha sin salida. Augusta se empeñó en no otorgarle el divorcio y Horacio encontró toda serie de atajos para continuar su relación con Baby Doe.

Ya para ese tiempo Horacio se había convertido en el hombre más rico de Colorado. Se había mudado a Denver y contratado a los ingenieros más hábiles para hacer de la provincial ciudad de Denver una capital cosmopolita. Los ciudadanos lo admiraban mas sin embargo siempre existía el reclamo constante debido a la autodevaluación de Augusta quien le suplicaba que no la dejara.

Horacio Tabor había comenzado ya su carrera en el gobierno norteamericano habiendo logrado obtener la senaduría del estado y con la hábil ayuda de uno de sus abogados se enteró que en el pueblo de Durango Colorado era factible obtener un divorcio sin necesidad de que Augusta firmara la documentación. Raudamente firmó aquellos documentos el Senador Tabor y comunicó a su hermosa Baby Doe que ya era un hombre libre para poder casarse con ella.

Baby Doe solamente hizo una "pequeñita" petición: que la boda se llevara a cabo en Washington D.C. y que acudiera como invitado el Presidente de los Estados Unidos. La novia y su madre se instalaron el la suite presidencial del Hotel Willard en la capital estadounidense para recibir el ajuar que se había encargado a Paris.

El Presidente aceptó la invitación así como los senadores y demás miembros del Congreso pero las únicas mujeres que estuvieron presentes fueron la madre y hermanas de la novia ya que todas las esposas de los congresistas demostraron su lealtad a Augusta no asistiendo a dicho evento. Una vez que Tabor quiso pagar al Obispo que ofició la misa desconociendo los antecedentes, éste se rehusó a recibir dicho pago enviándolo de vuelta en un sobre con senda leyenda que decía: No hay forma de cosechar bendiciones a través de un engaño.

Baby Doe y Horacio Tabor tuvieron dos hijas: Elizabeth Lillie y Silver Dollar. Fueron unos cuantos años que la familia vivió una existencia de cuento de hadas. Las mansiones, los carruajes, las alhajas, las flores frescas hasta en el palco de la ópera. Cada noche que Baby Doe ponía su hermosa cabellera sobre su almohada se decía ser la mujer más privilegiada en la faz de la tierra.

Y vino el año 1890 y trajo consigo la caída de este espejismo. El valor de la plata se derrumbó , los bonos se convirtieron en un simple papel, y al país lo arrasó una atroz depresión económica. Había gran resentimiento por parte de los trabajadores del campo, había demasiadas vías ferroviarias y unas compañías trataban de estafar a otras; los bancos comenzaron a quebrar uno detrás de otro y en relación con la historia que aquí cuento, los Tabor perdieron su fortuna de la noche a la mañana. Comenzaron vendiendo las casas, las alhajas, algunas de las minas y despidiendo a todo el personal que dependía de sus negocios. El Senador Tabor se quedó sin un centavo en la bolsa. Habiendo sido un hombre trabajador y leal a los amigos, un buen contacto en Washington logró colocarlo como Jefe de Correos del Estado de Colorado. Hay quien dejó asentado en alguna crónica cotidiana que rompía el corazón ver a Tabor con su bolsa de cuero también repartiendo el correo por las calles de Denver.

Y de repente, lo que comenzó como una apendicitis se tornó en una complicación sumamente delicada dejando la vida de Horacio prendida con alfileres. Al final de su agonía, las últimas palabras que le dijo a su esposa fueron: "Por nada en el mundo te deshagas de la Mina Matchless pues pronto volverá a dar frutos". Y Baby Doe siguió al pie de la letra la última voluntad de su marido. Pidió préstamos, rebajó su dignidad haciendo antesalas de horas para solicitar la ayuda de tal o cual funcionario de estado que alguna vez estimó a su marido y estóicamente aguantó que le cerraran las puertas. Pero los tiempos no eran fáciles así que poco a poco fue perdiendo lo último que le quedaba. El destino de sus hijas fue igualmente trágico. Elizabeth Lillie decidió desaparecer de la vida de su madre y jamás se volvió a saber de ella. A Silver Dollar la encontraron muerta con quemaduras de tercer grado en un barrio de prostíbulos en Chicago. Baby Doe estaba sola, absolutamente sola cuando decidió irse a vivir en un cuartucho afuera de la Mina Matchless. La mina estaba abandonada y ella la cuidaba tal y como su marido se lo había aconsejado. No hubo forma de salvar la última hipoteca que con tanto esfuerzo había conseguido por lo que algunos años después, la mina pasó a manos de nuevos dueños quienes se compadecieron de ella permitiéndole seguir viviendo en aquel cuartucho de 2 x 3 metros sin más calefacción que una pequeña hornilla de carbón y recibiendo de vez en cuando la ayuda de algunos vecinos nobles quienes le traían víveres de vez en cuando.

Fueron más de cuarenta años que Baby Doe vivió en estas condiciones tan indignas. Las pocas veces que se le veía salir al pueblo vestía totalmente de negro, con las piernas forradas de tela de yute o cáñamo y un grueso casco de minero. No hablaba con nadie y desconfiaba de todos.

El hambre y la soledad se apoderaron de ella y no solamente privó de comida a su cuerpo sino a su alma.

Aquella sombría mañana de Marzo, varias personas acudieron a tocar su puerta ya que desde hacía varios días algunos vecinos de Leadville habían notado que no salía humo de la chimenea de su vivienda. Cual no fue su sorpresa al encontrar a Baby Doe acostada en el piso con los brazos sobre su pecho y su calendario aún apretado en una mano. Lo último que había escrito fue: "Salí al pueblo" con fecha 20 de Febrero. Muchos quisieron comenzar a hurgar sus pocas pertenencias porque aún existía el mito que tal vez la mujer custodiaba algunas joyas pero no fue así. Vino el médico forense quien constató que la mujer ya llevaba muerta varios días. Curiosamente al levantarla y quitarle el grueso casco de minero, de él brotó su aún dorada y hermosa cabellera.

Baby Doe murió en la miseria y soledad más grande. Poco se pudo reconstruir de los pensamientos desordenados que había escritos por todos lados, en pedazos de papel, en pedazos de tela. En muchos de ellos sí se pudo constatar que el amor que ella sintió por Horacio Tabor duró hasta que le vino en aquella choza su último suspiro.